Eficiencia energética en edificios inteligentes

Última actualización: 11 de diciembre de 2025
  • La eficiencia energética en edificios inteligentes combina buen diseño, automatización y datos en tiempo real para reducir consumos y emisiones.
  • Los modelos Energy-as-a-Service y las plataformas integradas facilitan financiar y gestionar la modernización tecnológica de los inmuebles.
  • IoT, IA, sensores y BMS permiten optimizar climatización, iluminación, renovables y mantenimiento predictivo en todo tipo de edificios.
  • El futuro del parque inmobiliario pasa por edificios conectados, seguros y confortables, donde la eficiencia energética sea un estándar básico.

eficiencia energetica en edificios inteligentes

La eficiencia energética en edificios inteligentes se ha convertido en una prioridad absoluta para empresas, administraciones y también para muchos propietarios de inmuebles. No se trata solo de ahorrar en la factura de la luz o del gas: hablamos de mejorar el confort, reducir emisiones y sacar el máximo partido a tecnologías como la inteligencia artificial, el Internet de las Cosas (IoT) o la automatización avanzada de instalaciones.

En los últimos años, los edificios han pasado de ser simples contenedores de actividad a convertirse en activos estratégicos dentro de la transición energética. Gracias a los sensores, las plataformas digitales y los sistemas de gestión centralizada (BMS), un edificio puede reaccionar en tiempo real a lo que ocurre en su interior y en el entorno: ajustar la climatización, optimizar el uso de renovables, anticiparse a averías o adaptar la iluminación según ocupación y luz natural, entre muchas otras funciones.

La eficiencia energética como prioridad en la transición de infraestructuras

En los últimos estudios internacionales sobre infraestructuras se destaca que la eficiencia energética en instalaciones y edificios ha escalado hasta situarse como la prioridad número uno para las organizaciones que quieren avanzar en descarbonización y competitividad. Hace apenas unos años ocupaba posiciones secundarias, pero hoy se percibe como un factor crítico para mantener costes bajo control y cumplir con los objetivos climáticos.

Según el informe Infrastructure Transition Monitor 2025 de Siemens, más de la mitad de los directivos encuestados afirma que planea aumentar su inversión en eficiencia energética, tecnologías de edificios inteligentes y electrificación de instalaciones en el corto plazo. Concretamente, el 57% pretende invertir más en eficiencia, el 55% en tecnologías smart para edificios y el 54% en electrificación de calor y frío.

Este mismo estudio muestra que muchas organizaciones consideran que la generación de energía renovable in situ y la electrificación de la calefacción y la refrigeración ya se encuentran en fases maduras o avanzadas. Es decir, ya no son proyectos “piloto”, sino soluciones que se están integrando de forma habitual en nuevos desarrollos y rehabilitaciones profundas.

La prioridad no solo es medioambiental: una mayor eficiencia energética permite rebajar de forma notable los costes operativos a lo largo de la vida útil del edificio. En un contexto de precios energéticos volátiles, disponer de instalaciones que aprovechan mejor cada kWh consumido y que maximizan el uso de fuentes renovables se convierte en un elemento clave de competitividad.

Aun así, el mismo informe señala que, a pesar de que muchas modernizaciones ofrecen un retorno de la inversión (ROI) sólido, las empresas y entidades se siguen encontrando con una importante “brecha de financiación” que frena proyectos de rehabilitación energética, automatización y digitalización de edificios.

Retos económicos y nuevos modelos de financiación: del CapEx al OpEx

Uno de los mayores obstáculos para impulsar la eficiencia energética en edificios inteligentes es el coste inicial de las inversiones. Modernizar equipos, instalar sensores, desplegar un BMS completo o integrar soluciones avanzadas de IA supone un desembolso importante que muchas organizaciones no están en condiciones de asumir de golpe.

Entre las principales barreras identificadas destacan la falta de capital disponible, el aumento del precio de la energía y el elevado coste de nuevas tecnologías. A esto se suma, en muchos casos, la dificultad para cuantificar de forma fiable los ahorros futuros, lo que complica la aprobación interna de proyectos de eficiencia de gran envergadura.

Para sortear este problema, algunos proveedores líderes han empezado a ofrecer modelos de Energy-as-a-Service (Energía como Servicio, EaaS). Con este enfoque, los grandes desembolsos de inversión (CapEx) se transforman en costes operativos (OpEx) vinculados a resultados medibles, como los ahorros de energía o la reducción de emisiones de CO2.

En estos esquemas se firman contratos basados en objetivos garantizados de ahorro energético y de reducción de emisiones. De este modo, la financiación se apoya en los flujos de caja generados por el propio proyecto: la empresa o propietario paga el servicio a partir de los ahorros obtenidos, con una mayor seguridad financiera y sin tener que inmovilizar tanto capital al inicio.

Este tipo de soluciones permite acelerar la renovación de sistemas de climatización, iluminación, monitorización o generación fotovoltaica, ya que se reduce el riesgo económico y se facilita que el proyecto salga adelante incluso en entornos presupuestarios restrictivos. A medio plazo, la combinación de EaaS con tecnologías inteligentes está llamada a ser una de las palancas más potentes para modernizar el parque inmobiliario existente.

Digitalización y datos: el motor silencioso del edificio inteligente

Las tecnologías digitales se han convertido en la columna vertebral de la nueva generación de edificios. Más de la mitad de las organizaciones encuestadas en estudios recientes considera que la digitalización tiene un impacto fuerte o transformador en la eficiencia energética, y una parte muy significativa espera además reducciones de costes operativos gracias a estas herramientas.

Sin embargo, solo alrededor del 50% de las entidades declara disponer de datos suficientes y de calidad para tomar decisiones informadas sobre descarbonización y gestión energética. Esta carencia de información detallada sobre consumos, rendimientos y emisiones dificulta priorizar inversiones, planificar renovaciones o implantar estrategias de mantenimiento óptimas.

La respuesta pasa por desplegar tecnologías específicas para edificios: sensores, sistemas de medición avanzados, plataformas de gestión energética, BMS integrales y soluciones de monitorización en tiempo real. Todo ello conectado a una capa de análisis (a menudo basada en Big Data y machine learning) capaz de convertir los datos en información accionable.

Para responsables de edificios y facility managers, la digitalización aporta una ventaja clave: transparencia total sobre el comportamiento energético del inmueble. Saber cuánto consume cada zona, equipo o instalación, en qué franjas horarias y bajo qué condiciones, permite identificar ineficiencias, compararse con referencias (benchmarks) y tomar decisiones con fundamento técnico y económico.

Además, la información histórica bien registrada es la base para desarrollar estrategias de mantenimiento predictivo, ajustar automáticamente consignas de climatización, o incluso anticipar el impacto que tendrán cambios en la ocupación o en la producción renovable sobre el consumo global del edificio.

  Todo sobre Inteligencia Artificial Generativa: funcionamiento, usos y riesgos

Cómo se mide la eficiencia energética de un edificio

La eficiencia energética de un edificio no es algo abstracto: se mide con indicadores cuantificables que permiten comparar inmuebles entre sí y valorar el impacto de las mejoras realizadas. El dato básico suele ser la energía consumida en un año, expresada en kWh por metro cuadrado de superficie útil (kWh/m²·año), considerando unas condiciones estándares de uso y ocupación.

En el contexto normativo español y europeo, se utiliza además como indicador principal la emisión anual de CO2 por metro cuadrado, medida en kgCO2/m²·año. A partir de este valor, y de otros indicadores complementarios, se obtiene la calificación energética del edificio, que se representa mediante la conocida etiqueta de la A a la G.

Un inmueble con calificación A se considera altamente eficiente, pudiendo consumir hasta un 90% menos de energía que otro edificio catalogado con la peor letra. Esta diferencia no solo tiene impacto en la factura y en el clima, sino también en el valor patrimonial del activo, su atractivo para inquilinos y su imagen frente a inversores o usuarios.

Como indicadores complementarios se tienen en cuenta datos como el uso anual de energía primaria no renovable, la demanda de calefacción y refrigeración, o el rendimiento de los sistemas de producción de calor y frío. Todo esto alimenta modelos de cálculo normalizados que permiten simular el comportamiento energético de un edificio en condiciones comparables.

En la práctica, una de las grandes diferencias entre un edificio tradicional y uno inteligente es que, en el segundo, estos indicadores se pueden monitorizar de forma continua y en tiempo real, no solo estimar a partir de facturas mensuales o anuales. Esto abre la puerta a una gestión mucho más dinámica y proactiva.

El diseño arquitectónico como base de la eficiencia

Antes de hablar de sensores, IA o automatización, conviene recordar que la primera oportunidad de ahorrar energía se encuentra en el propio diseño del edificio. La orientación, la envolvente térmica, la relación con el sol y el viento o la elección de materiales tienen un impacto enorme en la demanda de calefacción, refrigeración e iluminación.

Un análisis exhaustivo de la arquitectura permite optimizar elementos como el aislamiento de fachadas, cubiertas y suelos, la calidad de las ventanas (idealmente con doble o triple acristalamiento), la estanqueidad de carpinterías y puertas, y el tratamiento de puentes térmicos que pueden provocar pérdidas indeseadas de calor o frío.

También es esencial revisar todos aquellos puntos donde pueda haber despilfarro de recursos energéticos: fugas de agua caliente, iluminación encendida en zonas vacías, equipos en stand-by permanente, sistemas de ventilación sobredimensionados o climatización funcionando fuera de los horarios reales de uso.

Este enfoque “pasivo” de la eficiencia —centrado en la reducción de la demanda energética mediante una buena arquitectura y una envolvente cuidada— es el cimiento de cualquier estrategia potente de sostenibilidad. Sobre él se construyen luego las capas de automatización y digitalización que permiten dar el salto al edificio inteligente.

En otras palabras, un Smart Building realmente eficiente combina eficiencia pasiva (diseño y construcción) con eficiencia activa (tecnología y gestión), de forma que ambas se refuercen mutuamente y no se limiten a parches aislados.

Acciones clave para mejorar la eficiencia energética en un edificio

Para transformar un inmueble convencional en un edificio mucho más eficiente es necesario aplicar un conjunto coherente de medidas. Algunas de las más relevantes pasan por el mantenimiento preventivo de los sistemas de climatización y calefacción. Una caldera mal ajustada o unos equipos de aire acondicionado sucios pueden disparar el consumo sin que nadie lo note en el día a día.

Conocer la vida útil de los equipos energéticos ayuda a planificar su renovación de forma ordenada. Por ejemplo, una caldera puede aguantar alrededor de 10-15 años con un mantenimiento correcto, pero a partir de cierto punto puede resultar más rentable cambiarla por un modelo más eficiente que seguir reparándola.

Otra palanca importante es la integración de energías renovables, como la fotovoltaica, mediante paneles solares en cubierta o en fachadas. Estos sistemas permiten generar in situ parte de la electricidad que el edificio necesita, aligerando la factura y reduciendo la huella de carbono asociada al consumo.

En paralelo, es recomendable sustituir luminarias antiguas por tecnología LED de alta eficiencia, que consume menos energía y casi no genera calor. Combinadas con sensores de presencia y sistemas de regulación en función de la luz natural, las luces se encienden solo cuando y donde hace falta.

Todo ello se potencia con la digitalización del edificio para una gestión energética optimizada. Un buen sistema de monitorización permite detectar patrones anómalos de consumo y aplicar estrategias de mejora continua, en lugar de limitarse a reaccionar cuando llega una factura inesperadamente alta.

De edificio tradicional a edificio inteligente: control en tiempo real

En la mayoría de edificios tradicionales, los propietarios solo conocen su consumo energético real cuando reciben la factura, es decir, a posteriori y sin margen de maniobra. En ese punto ya no se puede hacer nada para reducir el gasto de ese periodo; solo pagar y esperar que el siguiente mes sea mejor.

En un edificio inteligente, en cambio, es posible monitorizar en tiempo real el consumo de electricidad, gas y otras fuentes para cada zona o sistema. Esta visibilidad instantánea permite actuar al momento: modificar consignas de climatización, ajustar la iluminación, reorganizar horarios de funcionamiento o revisar equipos que estén consumiendo más de la cuenta.

La implantación de sistemas de gestión de edificios (BMS, Building Management System) ofrece una plataforma central desde la que controlar de forma integrada todos los activos energéticos. Gracias a los dispositivos de sensórica conectados, el BMS recibe datos de temperatura, humedad, presencia, caudales, consumos eléctricos, etc., y ejecuta acciones automáticas o guiadas por el gestor del edificio.

Entre las funciones típicas de un Smart Building destacan el control inteligente de la climatización, regulando la temperatura interior en función de la ocupación, el clima exterior y la programación horaria, o el ajuste automático de la ventilación según la calidad del aire interior medida por sensores.

Del mismo modo, se pueden gestionar sistemas de riego optimizados en instalaciones deportivas o zonas ajardinadas, basándose tanto en horarios como en la humedad del suelo y las predicciones meteorológicas. O controlar la energía fotovoltaica para priorizar el uso de la electricidad generada in situ frente a la de la red, maximizando el ahorro.

  Cómo usar DeepMind y entender su impacto real en la IA

Los edificios inteligentes también permiten una coordinación central de mupis y paneles informativos en espacios como ayuntamientos u hospitales, activándolos solo cuando se necesitan, así como la supervisión de estaciones de recarga de vehículos eléctricos, analizando datos históricos para decidir si es necesario ampliar el número de puntos de carga o redistribuirlos según la demanda real.

Plataformas integradas de operaciones: el caso de Nexus Integra

Para gestionar todo este ecosistema de sistemas y dispositivos, muchas organizaciones optan por plataformas de operaciones integradas que permiten visualizar, analizar y controlar la energía y los servicios del edificio desde un único entorno. Este tipo de soluciones actúa como “cerebro” de la infraestructura.

Un ejemplo representativo es Nexus Integra, una plataforma orientada a centralizar la gestión de suministros, iluminación, climatización, riego, videovigilancia, accesos, aparcamientos, wifi, paneles informativos o gestión de residuos, entre otros muchos servicios. Todos estos elementos se conectan a una misma plataforma digital, lo que simplifica el control y el análisis.

La filosofía de estas soluciones es que el gestor del edificio pueda tener una visión 360º en tiempo real, acceder a históricos de datos, crear reglas de automatización y generar informes detallados sin tener que saltar de un software a otro o cruzar hojas de cálculo manualmente.

Con este enfoque es posible combinar la eficiencia energética “pasiva” del edificio (buen aislamiento, diseño optimizado, materiales adecuados) con una eficiencia energética activa impulsada por la tecnología, alcanzando niveles de rendimiento difíciles de lograr con sistemas desconectados.

Además, estas plataformas facilitan la colaboración entre equipos técnicos, responsables de sostenibilidad y dirección, ya que permiten traducir datos complejos en indicadores claros y decisiones accionables, respaldando las estrategias de descarbonización y los planes de inversión a medio y largo plazo.

Qué es exactamente un edificio inteligente y cómo funciona

Un edificio inteligente puede definirse como aquel que integra tecnologías innovadoras para gestionar de forma óptima sus instalaciones y consumos, adaptándose dinámicamente a las necesidades de los usuarios y a las condiciones del entorno. Aunque a menudo se piensa en grandes complejos terciarios, el concepto también se aplica a edificios más pequeños e incluso a viviendas.

La Directiva de eficiencia energética de los edificios de la Unión Europea incorpora de manera explícita la noción de edificios preparados para aplicaciones inteligentes. Vincula este concepto al uso eficiente de la energía, a la integración de renovables y al intercambio seguro de datos de las instalaciones con las partes interesadas (propietarios, gestores, usuarios, administraciones, etc.).

En este marco, se plantea la creación de un indicador de preparación inteligente (Smart Readiness Indicator) que medirá la capacidad de un edificio para utilizar tecnologías de la información, automatización y sistemas electrónicos a fin de adaptarse a sus ocupantes y a la red eléctrica, mejorando su eficiencia energética y su rendimiento global.

La finalidad de este indicador es doble: por un lado, sensibilizar a propietarios y usuarios sobre el valor de la automatización y la supervisión electrónica, y por otro, generar confianza en los ahorros reales que aportan estas tecnologías. Se pretende que la digitalización deje de percibirse como un “extra” y pase a verse como un componente estructural de la calidad del edificio.

En cuanto a su funcionamiento, los Smart Buildings se apoyan en la instalación de sensores en los equipos y sistemas (HVAC, iluminación, ascensores, seguridad, riego, etc.), que registran datos en tiempo real sobre variables como temperatura, humedad, ocupación, niveles de CO2, consumos eléctricos o calidad del aire.

Estos datos se transmiten a través de la red a un sistema central o BMS, que los analiza y toma decisiones de forma automática o semiautomática. Así, el edificio ajusta su funcionamiento en cada momento a las condiciones internas y externas: regula la ventilación según la calidad del aire, adapta la potencia de climatización a la ocupación, coordina la iluminación con la luz natural o gestiona el almacenamiento energético disponible.

Conectividad, ecoeficiencia y automatización: pilares del Smart Building

La primera gran característica de un edificio inteligente es la conectividad entre sus espacios, sistemas e instalaciones. Gracias a una red de comunicaciones robusta, los dispositivos pueden intercambiar información y actuar coordinadamente, lo que multiplica las posibilidades de optimización.

Esta conectividad se apoya en tecnologías como el Internet de las Cosas (IoT), el Big Data, la computación en la nube, el machine learning y la inteligencia artificial. Estos avances permiten transportar y procesar enormes volúmenes de datos en muy poco tiempo, algo impensable hace solo unas décadas en el ámbito de la edificación.

El segundo pilar es la ecoeficiencia como objetivo central. La tecnología que hay detrás de un Smart Building busca maximizar el ahorro energético, gestionar bien los recursos (agua, energía, materiales), minimizar residuos y reducir la huella ambiental, al mismo tiempo que garantiza seguridad, confort y accesibilidad para los ocupantes.

La información en tiempo real permite ajustar calefacción, refrigeración, ventilación e iluminación a las necesidades reales, evitando sobredimensionamientos y despilfarros. Por ejemplo, se puede modular el caudal de aire fresco según el número de personas en una sala o ajustar el nivel de luz artificial según la radiación solar en cada momento.

El tercer pilar es la automatización avanzada. Los sensores digitales capturan constantemente datos que se envían al sistema central, donde se interpretan para ejecutar acciones de manera automática. El resultado es un funcionamiento continuo que se adapta a la demanda real del edificio sin necesidad de intervención humana constante.

Además, en edificios de gran terciario —como oficinas corporativas, hospitales, centros comerciales, estadios o edificios gubernamentales— la automatización también abarca potentes sistemas de seguridad, control de accesos y detección de incendios, que se benefician de la misma lógica de monitorización y respuesta rápida ante eventos o anomalías.

Tecnologías clave: IA, IoT, sensores, domótica e inmótica

Dentro del ecosistema de un edificio inteligente, la inteligencia artificial juega un papel cada vez más relevante. A través de algoritmos de aprendizaje automático, los sistemas pueden identificar patrones de consumo, predecir la demanda, anticipar averías o recomendar ajustes de operación sin necesidad de programar manualmente cada escenario posible.

El Internet de las Cosas permite la interoperabilidad entre equipos de diferentes fabricantes, conectándolos a una plataforma única que facilita su control remoto y la integración de datos. Gracias a protocolos de comunicación estandarizados, es posible añadir nuevos dispositivos con relativa facilidad y crear rutinas complejas que involucran iluminación, climatización, persianas o sistemas de seguridad al mismo tiempo.

  ¿Qué hace un ingeniero en computación e informática?

Los sensores constituyen la “piel digital” del edificio. Existen sensores de presencia, temperatura, humedad, iluminación, calidad del aire, calidad del agua, consumo energético o detección de movimiento, entre otros. Estos dispositivos, cableados o inalámbricos, envían información continua al sistema central, que la utiliza para optimizar el rendimiento global.

La distinción entre domótica e inmótica ayuda a ordenar el panorama: la domótica se refiere a la automatización en viviendas, mientras que la inmótica se aplica a edificios de uso no residencial. En casas y pisos, la domótica permite, por ejemplo, subir y bajar persianas automáticamente, encender o apagar la calefacción desde el móvil, regular la iluminación con asistentes de voz o simular presencia para aumentar la seguridad.

En edificios de oficinas, hoteles, centros educativos o complejos sanitarios, la inmótica pone el foco en optimizar a gran escala la energía, la seguridad y el confort. Dado que los consumos son mucho mayores que en una vivienda individual, el potencial de ahorro también es considerable, y los sistemas inteligentes pueden recuperar la inversión en plazos relativamente cortos.

Ventajas y desafíos de la automatización en hogares y grandes edificios

La automatización en viviendas, aunque a menor escala que en el terciario, puede aportar ahorros significativos. Muchos estudios muestran que la domótica aumenta la conciencia del usuario sobre su consumo energético, lo que ya de por sí conduce a un uso más racional de la energía y a reducciones de entre un 25% y un 30% en ciertos casos, dependiendo de las funciones integradas.

No obstante, el contexto importa. En países del sur de Europa, donde el consumo para calefacción en residencias suele ser más bajo que en regiones frías, el retorno de la inversión en domótica puramente energética puede ser más limitado. En algunos escenarios, el coste de un sistema domótico complejo podría superar el ahorro económico logrado a lo largo de la vida útil de la instalación, por lo que conviene analizar bien cada caso.

En el caso de los edificios de gran consumo (oficinas, hoteles, hospitales, etc.), la automatización tiene un impacto mucho más contundente en términos de ahorro absoluto, debido a la escala de uso. Aquí el potencial para recortar consumos y emisiones es muy elevado, y las inversiones se justifican con mayor facilidad, tanto por ROI como por objetivos de sostenibilidad corporativa.

Uno de los retos prácticos en entornos residenciales es la experiencia de usuario de las interfaces de control. No siempre es más eficiente tener que usar el smartphone, abrir una app y buscar un botón para encender una luz, cuando un interruptor físico tradicional puede ser más rápido e intuitivo. Encontrar el equilibrio entre automatización y simplicidad de uso es clave para que la tecnología no se convierta en un estorbo.

Otro desafío habitual es la integración de dispositivos de distintos fabricantes. Muchos usuarios adquieren por su cuenta enchufes inteligentes, bombillas conectadas, altavoces con asistente de voz, cámaras IP, etc., sin asegurarse de que todas estas piezas se puedan coordinar desde un único sistema. Esto genera islas de automatización difíciles de gestionar de forma unificada.

A nivel de ciberseguridad, los edificios inteligentes y los hogares conectados se enfrentan a riesgos derivados del aumento de dispositivos IoT conectados a la red. Protegerse frente a potenciales ataques y accesos no autorizados es esencial, especialmente cuando la automatización afecta a puertas, sistemas de alarma, cámaras o equipos críticos de climatización y energía.

Por ello, suelen recomendarse soluciones integradas de automatización, con arquitecturas de seguridad robustas y actualizaciones periódicas, en lugar de una colección heterogénea de aparatos conectados sin una estrategia común. A medida que el número de dispositivos IoT crece a escala mundial, la integración y la seguridad seguirán siendo temas clave en los próximos años.

Beneficios adicionales: salud, confort y mantenimiento predictivo

Más allá del ahorro directo de energía, los edificios inteligentes tienen un impacto muy positivo en la salud y el bienestar de sus ocupantes. Gracias a sensores de calidad del aire, temperatura, humedad e iluminación, es posible mantener condiciones interiores que favorecen el confort y la productividad.

Por ejemplo, un sistema inteligente puede aumentar la ventilación cuando detecta niveles altos de CO2, ajustar la iluminación para minimizar deslumbramientos y fatiga visual, o evitar cambios bruscos de temperatura que resulten molestos para quienes trabajan o viven en el edificio.

En entornos laborales, estos factores se traducen en mejor bienestar percibido, menos quejas por incomodidad ambiental y, a menudo, mayor rendimiento. En hospitales y centros de mayores, las condiciones interiores adecuadas son especialmente críticas para la salud de pacientes y residentes.

El mantenimiento predictivo es otra de las grandes ventajas de la digitalización. Al recopilar datos de funcionamiento de los equipos de forma continua, es posible detectar anomalías antes de que se conviertan en averías graves, planificando intervenciones cuando resultan menos costosas y menos disruptivas para el uso del edificio.

Esta capacidad para anticiparse reduce tiempos de inactividad, evita usos ineficientes de energía por equipos deteriorados y alarga la vida útil de los activos. En el fondo, un edificio inteligente es un edificio que “se escucha a sí mismo” y se corrige antes de que los problemas crezcan.

Todo apunta a que la combinación de diseño eficiente, tecnologías digitales, modelos de financiación innovadores y una creciente presión regulatoria hará que, en pocos años, la mayoría de los edificios de nueva construcción y una buena parte del parque existente integren soluciones inteligentes de gestión energética. A medida que estas tecnologías maduren y se abaraten, la frontera entre edificio convencional y edificio inteligente se irá difuminando hasta que lo verdaderamente excepcional sea, precisamente, no ser eficiente.

multimedia en edificios inteligentes
Artículo relacionado:
Multimedia en edificios inteligentes: IoT, confort, seguridad y eficiencia