- El distro-hopping consiste en probar y cambiar de distro para encontrar el mejor encaje, aprender y renovar la experiencia.
- Planificación básica: separar /home y, si procede, /opt; copias de seguridad con Timeshift o rsync; pruebas en live, VM o Ventoy.
- Evita impulsos: dedica tiempo a cada distro, documenta pros y contras y verifica paquetes y hardware antes de instalar.
- Comodidad ante todo: si tu distro actual cumple, no cambies por moda; salta solo con motivos claros y sin poner en riesgo tus datos.

En los últimos años se ha puesto de moda hablar de distro-hopping para describir esa costumbre de ir cambiando de distribución Linux con bastante frecuencia. Esa pulsión por probar otra distro “a ver si esta sí” la terminan sintiendo muchísimos usuarios, desde quienes apenas arrancan hasta veteranos de la comunidad.
Este hábito se manifiesta de muchas maneras: hay quien arranca en modo live y se queda tan pancho; otros tiran de máquinas virtuales para curiosear; están quienes dedican una partición del disco; y por supuesto, los que formatean y ponen todo el equipo al servicio de la nueva distro para forzarse a usarla un tiempo. La búsqueda de la “distribución perfecta” es un motor potente, al que se suman la curiosidad y las ganas de comparar enfoques distintos de desarrolladores con filosofías diferentes. Algunos encuentran una especie de calma durante meses o años… y otros vuelven a sentir el cosquilleo de cambiar.
Qué es el Distro Hopping en Linux
Cuando hablamos de distro-hopping nos referimos, básicamente, al acto de encadenar pruebas y cambios de una distribución GNU/Linux a otra con la esperanza de dar con la que mejor encaje con nuestras preferencias. La definición corta sería “ir saltando de distro en distro”, pero detrás hay un contexto: en Linux, a diferencia de Windows o macOS, el usuario puede moldear el sistema a su gusto, o si no le apetece ajustar nada, puede cambiar directamente a otra propuesta que ya venga con decisiones diferentes.
Este ecosistema riquísimo de opciones, sabores y configuraciones es justamente lo que empuja a probar alternativas. La variedad es descomunal: una misma base puede presentar ediciones y sabores variados (como ocurre con una familia con GNOME, KDE Plasma, Xfce, MATE o LXQt), además de derivadas con su propio criterio. Y, aunque el núcleo de todo sea Linux, cada proyecto puede cambiar gestor de paquetes, ritmo de lanzamientos, sistema de inicio, configuración del kernel y el escritorio por defecto. De ahí que el distro-hopping también sea una forma estupenda de aprender sobre el sistema y renovar el aire cuando nos aburre ver siempre lo mismo.
Eso sí, es una práctica más habitual entre usuarios con cierta experiencia. Si necesitas máxima estabilidad en tu ordenador (por trabajo, estudios o porque no quieres líos), conviene pensárselo, porque cada salto suele implicar reinstalar y rehacer parte del entorno.

¿Merece la pena cambiar tanto?
La respuesta honesta es: depende de tu situación. Si cuentas con tiempo, te apetece aprender sobre el sistema y no te importa invertir horas en probar, sí puede ser una aventura muy enriquecedora. No hay mejor manera de conocer “cómo respira” una distribución que usarla de verdad, comparar qué hace mejor y peor que otras, y descubrir en qué se parecen o diferencian.
Para quienes quieren encontrar la distro que mejor resultado les dé, el distro-hopping actúa como combustible. La motivación principal suele ser la curiosidad: conocer un enfoque nuevo, una herramienta distinta, un escritorio que quizá encaje mejor con tu forma de trabajar.
Ahora bien, si dependes del ordenador y no puedes permitirte parones o contratiempos, el salto constante no es la mejor idea. Cada cambio implica, casi siempre, partir de cero, reinstalar, reconfigurar y ajustar detalles finos. Sin experiencia y sin tiempo, es fácil frustrarse.
Historias reales de saltos entre distros
Muchos usuarios relatan que se iniciaron en el distro-hopping por puro deseo de explorar, no por incomodidad. Hay quien ha pasado temporadas completas en Ubuntu, Debian, Fedora, openSUSE o propuestas más específicas como Chakra, Manjaro o Arch Linux, y además ha tanteado decenas de alternativas por simple inquietud técnica.
Con el tiempo, afloran preferencias y manías. Por ejemplo, se critica que en algunas distribuciones conservadoras los paquetes vayan demasiado retrasados respecto a las versiones más recientes. Otros ponen pegas a tener que activar repositorios externos para conseguir cierto software en distros muy populares, o a la necesidad de reinstalar cada pocos meses si la política de versiones lo pide. También hay quien evita entornos con pocos paquetes GTK o ecosistemas donde todo haya que montarlo desde cero cada vez.
Hay testimonios que cuentan, incluso, cómo Arch Linux puede ser la mejor opción una vez lo tienes a punto, pero “montar” el sistema desde el principio se hace cuesta arriba cuando no tienes tiempo o ganas. Ese cansancio lleva a muchos a quedarse con una única distribución que cumpla sin exigir malabares, aunque sigan mirando de reojo proyectos nuevos (como KaOS) sin atreverse a cambiar por pura pereza de repetir el proceso.
Otros usuarios, al empezar en Linux con Mint o Ubuntu, se lanzaron a Arch en busca de entenderlo todo a fondo. Paradójicamente, ese salto les curó de la ansiedad por cambiar porque, con la libertad de elegir su escritorio y sus componentes, ya se sentían plenamente satisfechos. Saben que las grandes diferencias entre distros pasan por el gestor de paquetes, el calendario de lanzamientos y el escritorio, pero se preguntan “qué me estoy perdiendo” y descubren que también hay filosofías y decisiones técnicas como el init o el ajuste del kernel que marcan carácter.
Una historia muy ilustrativa comienza con la prueba de Ubuntu en una máquina virtual porque el antiguo Windows iba lentísimo, para después instalarlo en el equipo principal. Más tarde llegó un iMac por necesidades de creación musical, pero en paralelo se mantuvo un portátil de 10 pulgadas con Linux. Cuando aquella máquina modesta recibió el escritorio Unity, empezó el baile real de cambios por falta de recursos. Y así llegaron las idas y venidas entre ediciones ligeras, derivadas y distintos sabores hasta encontrar algo agradable, volver a las raíces y terminar apostando durante años por un escritorio KDE renovado o por Manjaro para variar el enfoque.
En ese mismo relato aparece la tentación de probar Garuda Linux, una opción con orientación al juego que despierta interés, aunque quien lo cuenta admite que su sistema actual no le ha dado motivos de peso para abandonarlo. La moraleja que comparte es clara: quédate donde te sientas cómodo, incluso si eso significa usar Windows. Cambiar por cambiar obliga a configurar todo desde cero y solo compensa cuando lo que tienes te falla más de lo deseable. Para curiosear sin romper nada, recomienda instalaciones completas en pendrive y arrancar desde ahí.
Tampoco falta quien confiesa que tras casi dos años en GNU/Linux se volvió un distro hopper de manual, con una ristra de instalaciones cortas que a la larga no le aportaron demasiado. Relata un inicio con Ubuntu en versión antigua por pura ilusión, un salto a Fedora y una temporada de errores extraños (ese “pantallazo” raro que acompañaba sus pruebas) que le empujaban a escapar a otra distribución. El problema desapareció milagrosamente al instalar CrunchBang, y a partir de ahí el aliciente fue probar todo lo que se cruzaba por delante.
Lecciones aprendidas: esfuerzo, modas y tiempo personal
Una reflexión que se repite es que la facilidad para instalar Linux hoy en día fomenta saltar sin pensarlo. Entre modos live, distros preparadas para funcionar nada más arrancar y procesos de instalación cada vez más sencillos, es tentador encadenar cambios cada pocas horas. Hay quien presume de pasar de una distro a otra en cuestión de minutos tras instalar durante un rato largo, y eso, si no hay plan, puede ser un pozo de tiempo.
Cuando por fin instalas Arch Linux con éxito por primera vez, la perspectiva cambia. Esfuerzo, errores y aprendizaje te hacen valorar lo que has montado. Después de varios intentos fallidos, completar un entorno funcional puede llevar mucho menos que antes, y esa inversión de horas genera apego. Ya no apetece tirar por la borda lo conseguido por sustituirlo a la ligera por otra distro “similar”.
También se aprende que cambiar demasiado deprisa apenas deja conocimiento útil. Probar Mageia durante unos días o un par de semanas no permite formarse una opinión sólida ni dominar su sistema de paquetes. Es difícil ayudar a otros si tú mismo lo olvidaste al poco de marcharte.
Otro golpe de realidad: cada reinstalación implica retocar y recuperar tu entorno. Quien use Vim sabe el valor que cobra su archivo de configuración con el tiempo; perderlo o estar copiándolo a mano cada dos por tres es un engorro. Aunque separemos la partición /home para conservar datos y preferencias, dejar restos de configuraciones antiguas puede resultar raro y no siempre resuelve los problemas. Además, reinstalar los programas que necesitas lleva horas, y ese tiempo no vuelve.
Por último, seguir modas no suele ser buena idea. Ir detrás de la distro del momento por puro hype rara vez compensa. Se puede terminar en una cadena de cambios absurda: de Chakra a Aptosid, de ahí a SolusOS, Cinnarch, luego CrunchBang Testing y finalmente regresar a Arch Linux por razones más maduras (incluyendo el repositorio de usuarios, AUR). La enseñanza: ni prisas ni fiebres pasajeras; paciencia y criterio propio.
Consejos para un distro hopper responsable
Dominar las particiones en Linux es clave para saltar sin dramas. Separar /home del sistema te permitirá conservar tus datos y muchas configuraciones al reinstalar o cambiar de distribución. Incluso conviene contemplar particiones específicas para más puntos de montaje si lo ves necesario.
Una sugerencia poco conocida es reservar /opt para software de terceros instalado manualmente. Si apartas ahí cierto software (por ejemplo, un editor profesional o un navegador descargado del proveedor), al reinstalar podrás mantenerlo, lo que ahorra tiempo y evita repetir instalaciones.
Las copias de seguridad no son negociables. Ya sea a mano o con herramientas como Timeshift o rsync, tener un plan de backup te salva de disgustos. Antes de dar el salto, respalda tu carpeta personal, las configuraciones de aplicaciones y cualquier dato crítico. Así, si algo se tuerce, restauras y sigues.
Dedica tiempo de verdad a cada distribución. Una mala costumbre es instalar y, al minuto, pensar en la siguiente. Para saborear lo bueno y detectar lo malo hace falta convivir con la distro: trabajar, actualizar, instalar software, conectar periféricos, jugar o editar. Solo así valoras su estabilidad, su rendimiento y sus pequeñas manías.
Documenta lo que vayas encontrando. Un archivo de texto (o la herramienta que prefieras) con lo que te gusta y lo que no, pasos de instalación, soluciones a problemas y lista de paquetes esenciales, te permitirá decidir y reconstruir más rápido en el futuro. Tu yo del mañana te lo agradecerá.
Antes de instalar nada, verifica que la distribución cubre tus necesidades. Algunas distros muy nuevas son irresistiblemente atractivas, pero quizá no cuentan aún con cierto software clave. Repasa los repositorios, confirma disponibilidad y asegúrate de que tu hardware funciona correctamente en modo live.
No te precipites. Prueba primero tu equipo con la distro en live para comprobar la tarjeta gráfica, el Wi-Fi, el audio y los dispositivos que uses a diario. Si detectas problemas y no sabes arreglarlos, plantéate otra opción o dedica tiempo extra a investigarlo antes de instalar.
Haz pruebas de larga duración cuando dudes. Pasar 10 o 15 días usando intensivamente una distribución te dará un criterio mucho mejor que unas horas sueltas. Así construyes una opinión realista y evitas saltos impulsivos.
Para experimentar sin comprometer tu instalación principal, recurre a máquinas virtuales. Programas como VMware o VirtualBox crean un “ordenador” dentro del tuyo en el que puedes instalar, romper, borrar y volver a instalar a placer, sin tocar tu sistema estable.
Y si lo tuyo es arrancar en hardware real sin formatear cada vez, prueba Ventoy. Con Ventoy en un pendrive puedes copiar múltiples ISOs y arrancarlas directamente, sin reflashear una y otra vez. Ten en cuenta que esas sesiones suelen ser en modo live, por lo que los cambios no persisten salvo que instales la distro.
Cómo dar el salto sin perder tus archivos personales
Quien usa, por ejemplo, Fedora y se plantea probar CachyOS o EndeavourOS, suele tener la misma duda: cómo no perder documentos, fotos y configuraciones. La respuesta práctica pasa por usar una partición /home separada y conservarla al cambiar de distribución. Durante la instalación, indicas que se monte esa partición como /home sin formatearla, y así mantienes datos y ajustes de usuario.
En ese escenario, al iniciar sesión en la nueva distro te encontrarás con tus archivos, fondos y preferencias de aplicaciones como el navegador tal y como estaban. Se da con frecuencia que las configuraciones de usuario “viajen” contigo de una base a otra (por ejemplo, de Ubuntu a Fedora), lo cual hace el tránsito mucho más amigable.
También ayuda separar /opt si acostumbras a instalar software de terceros manualmente. Al mantener esa partición, muchos programas permanecen disponibles tras el cambio, evitando reinstalaciones largas. Aun así, conviene revisar que las rutas y permisos estén como toca después de instalar la nueva distro.
Incluso con /home separada, no bajes la guardia: haz backups antes de empezar. Timeshift y rsync son aliados estupendos para tener un salvavidas por si algo se tuerce. Y ya que estamos, anota tus paquetes imprescindibles y los pasos que das, por si necesitas repetir el proceso o volver atrás.
Un apunte importante: cuando cambias de escritorio o de familia de distribuciones, algunas configuraciones pueden chocar. Es normal que ciertos ajustes no encajen igual y toque afinar a mano para quedar a tu gusto. No suele ser grave, pero merece la pena dedicarle un rato y, si algo falla, considerar empezar con una configuración limpia guardando los datos personales.
Si no quieres tocar tu instalación actual, recuerda que tienes el comodín de las máquinas virtuales y de Ventoy. Puedes probar todo lo que te apetezca sin comprometer tu equipo y, cuando estés seguro, dar el salto en el ordenador real con un plan sólido para tus datos.
El distro-hopping es una mezcla de curiosidad, aprendizaje y ganas de sentirse a gusto con el sistema; cuando se hace con cabeza, da mucho juego sin convertir tu ordenador en un campo de pruebas permanente. Si separas tus datos, haces copias de seguridad, dedicas tiempo real a probar y documentas lo que te funciona, descubrirás qué distribución se ajusta mejor a ti; y si un día decides quedarte quieto, que sea porque estás cómodo, no por agotamiento.