SSD vs HDD externo: qué elegir para tu almacenamiento

Última actualización: 26 de diciembre de 2025
  • Los HDD externos ofrecen mucha capacidad a bajo coste, ideales como almacén de copias de seguridad y grandes bibliotecas de datos.
  • Los SSD externos son mucho más rápidos, resistentes a golpes y silenciosos, lo que los hace perfectos como unidad de trabajo portátil.
  • La recuperación de datos suele ser más sencilla en HDD, pero los SSD soportan mejor el uso intensivo y los desplazamientos frecuentes.
  • Elegir entre SSD y HDD externos depende de si priorizas velocidad y fiabilidad diaria o máxima capacidad por euro invertido.

Comparativa SSD vs HDD externo

Si estás dudando entre comprar un SSD externo o un HDD externo para guardar tus datos, no eres el único. Es una de las preguntas más habituales cuando alguien quiere hacer copias de seguridad, liberar espacio del PC o tener un disco para llevar archivos de un lado a otro sin complicarse la vida.

En las próximas líneas vas a encontrar una explicación clara de cómo funcionan los discos duros mecánicos (HDD) y las unidades de estado sólido (SSD), qué ventajas y desventajas tiene cada uno, cómo rinden cuando los usamos como almacenamiento externo y, sobre todo, en qué casos interesa más apostar por capacidad y en cuáles merece la pena priorizar velocidad y fiabilidad.

Qué es un HDD externo y cómo funciona

Un disco duro externo HDD es, en esencia, el mismo disco duro magnético de toda la vida metido en una carcasa con conexión USB, Thunderbolt o similar. Dentro hay uno o varios platos rígidos que giran a toda pastilla y un brazo móvil con cabezales que leen y escriben los datos sobre la superficie del disco.

Estos platos suelen girar a 5400 o 7200 revoluciones por minuto (RPM) en modelos de consumo, y en entornos de servidor se puede llegar a 10.000 o incluso 15.000 RPM. Cuanto más alta es la velocidad de giro, menor es la latencia y más rápido se pueden leer y escribir los datos, pero también aumenta el consumo y el calor generado.

El funcionamiento es bastante mecánico: cuando el sistema le pide datos al HDD, el controlador de entrada/salida indica al brazo dónde están los bloques que debe leer. El cabezal se mueve hasta la pista y el sector adecuados, detecta la carga magnética de los bits y devuelve la información. Lo mismo ocurre al escribir: el cabezal modifica la polaridad de los bits para grabar nueva información en una zona disponible del plato.

Por dentro, cada superficie del disco se organiza en pistas concéntricas y sectores, que son las unidades mínimas de almacenamiento. Un algoritmo interno decide dónde colocar cada archivo, cómo fragmentarlo y cómo reorganizar los datos para que el acceso sea razonablemente rápido.

En cuanto a formato físico, la mayoría de HDD externos utilizan unidades de 2,5″ o 3,5″. Los de 2,5″ son más compactos y suelen alimentarse solo por USB, pero a cambio ofrecen más capacidad y mejor relación precio/GB.

Ventajas de los discos duros externos HDD

El gran punto fuerte de los HDD externos es su capacidad a bajo coste. Es fácil encontrar discos de 1, 2, 4, 8 o incluso 18 TB a precios muy ajustados, de modo que si tu prioridad es guardar muchos datos sin arruinarte, siguen siendo la opción más lógica.

El coste por gigabyte es claramente inferior al de un SSD externo. Mientras que el almacenamiento en SSD puede rondar entre 0,08 y 0,10 € por GB (según gama y conexión), en un HDD suele situarse entre 0,03 y 0,06 € por GB, lo que marca una diferencia notable cuando hablamos de varios terabytes.

Otra ventaja es que, a día de hoy, es donde más fácil resulta encontrar capacidades muy grandes. Aunque ya existen SSD externos de 4, 8 TB y más, es habitual que el precio se dispare, mientras que en HDD es relativamente habitual ver modelos de gran tamaño a precios razonables.

Usados de forma razonable, un HDD puede ofrecer una vida útil bastante larga. Hay muchos discos mecánicos que superan sin problema los 8-10 años de uso siempre que no sufran golpes, temperaturas extremas ni cortes de corriente constantes.

Desventajas de los HDD externos

Su talón de Aquiles es, claramente, la velocidad de lectura y escritura. En un disco duro externo mecánico típico hablamos de velocidades secuenciales que se mueven entre 80 y 160 MB/s, dependiendo del modelo y de la interfaz utilizada.

A nivel de acceso aleatorio, que es vital para ejecutar aplicaciones o trabajar con muchos archivos pequeños, los HDD se ven lastrados por la latencia mecánica del brazo y la velocidad de giro de los platos. No es raro que un SSD multiplique por varias veces su rendimiento en tareas reales, aunque sobre el papel la diferencia de MB/s no parezca tan extrema.

Otro problema es la sensibilidad a golpes y vibraciones. Como tienen partes móviles, una caída mientras el disco está trabajando puede provocar un daño físico en los platos o en los cabezales, con el consiguiente riesgo de pérdida de datos. Como almacenamiento que no vas a mover casi nunca, esto importa menos, pero para llevarlo todo el día en la mochila no es lo ideal.

También consumen algo más de energía que un SSD, lo que afecta a la autonomía en portátiles cuando se alimentan por USB. Además, generan más ruido (aunque los modelos actuales no suelen ser escandalosos) y algo más de calor, que a la larga puede influir en la durabilidad.

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Qué es un SSD externo y cómo funciona

Un SSD externo es un dispositivo que utiliza memoria flash NAND interconectada para almacenar los datos. No tiene platos que giren ni cabezales que se muevan; por dentro se parece más a una memoria USB avanzada o a la unidad SSD interna de un portátil moderno.

El corazón de un SSD es su controlador, un procesador integrado que se encarga de decidir en qué celdas se guardan los datos, cómo se reparte el desgaste entre los bloques, qué se mueve a la caché y cómo se limpian los bloques que dejan de usarse. La eficiencia de este controlador es clave para el rendimiento global de la unidad.

Cuando lees datos desde un SSD, el controlador consulta la dirección del bloque donde están los datos y empieza la lectura de forma prácticamente instantánea, sin tener que mover cabezales ni esperar a que un plato gire. Esto reduce muchísimo la latencia y explica por qué arrancar un sistema operativo desde SSD puede tardar menos de la mitad que desde un HDD.

Al escribir, el proceso es distinto al de un disco mecánico: cuando modificas un archivo, el SSD no sobreescribe solo esa parte, sino que reubica el contenido en un bloque nuevo, borra el antiguo y reescribe los datos ya actualizados. Para ello se apoya en espacio interno extra que el usuario no ve, y en técnicas como la recolección de bloques inactivos y el comando TRIM.

Desde el punto de vista físico, muchos SSD externos montan unidades de 2,5″ SATA dentro de una carcasa USB, mientras que otros optan por SSD tipo M.2 NVMe combinados con un adaptador USB 3.1/3.2 o Thunderbolt. En estos casos, la limitación de velocidad vendrá más por la interfaz externa que por el propio SSD.

Ventajas de los SSD externos

La ventaja más obvia es la velocidad de transferencia. Un SSD externo actual puede ofrecer velocidades secuenciales desde unos 200-500 MB/s en modelos SATA hasta 1000, 2000 o incluso 3500 MB/s en soluciones NVMe con interfaces rápidas.

Esto se nota muchísimo al copiar archivos grandes: mover varios gigas puede llevar segundos en un SSD, mientras que en un HDD la misma operación puede alargarse muchos minutos. En tareas profesionales como edición de vídeo 4K o manejo de bibliotecas de fotos enormes, la diferencia en productividad es abismal.

En acceso aleatorio, que es lo que se nota al abrir aplicaciones, cargar proyectos o trabajar con bases de datos, las SSD barren directamente a las HDD. Hablamos de órdenes de magnitud de diferencia: las SSD pueden manejar lecturas y escrituras aleatorias entre 50 y 250 MB/s, frente a valores del orden de 0,1 a 1,7 MB/s en un disco mecánico.

Otra gran ventaja es la ausencia de partes móviles, lo que las hace mucho más resistentes a golpes y vibraciones. Para un disco que vas a llevar en la mochila, en un bolsillo o que va a ir de casa a la oficina a menudo, un SSD externo ofrece mucha más tranquilidad.

Además, son totalmente silenciosos, más ligeros y consumen menos energía, lo que ayuda a alargar la batería de portátiles y tablets y reduce la generación de calor. Todo esto los hace muy atractivos para uso diario e intensivo.

Desventajas de los SSD externos

El principal inconveniente de los SSD sigue siendo el precio por gigabyte. Aunque han bajado mucho en los últimos años, todavía son más caros que los HDD para grandes capacidades. Un SSD de 240-250 GB puede costar lo mismo que un HDD de varios terabytes.

En general, a igualdad de presupuesto, un SSD externo te dará menos capacidad que un disco duro mecánico. Si necesitas guardar enormes colecciones de vídeos, copias de seguridad históricas o discos de juegos muy pesados, es posible que tengas que recortar capacidad o aumentar el presupuesto.

Otro punto a considerar es que la memoria flash tiene un número limitado de ciclos de escritura por celda. Cada bloque puede ser reescrito solo cierta cantidad de veces antes de degradarse. Para mitigar esto, los controladores implementan nivelación de desgaste (wear leveling) y otras técnicas que reparten las escrituras por toda la unidad.

En la práctica, estudios reales han demostrado que un SSD de gama media puede aguantar cifras enormes de datos escritos antes de fallar. Por ejemplo, en pruebas de resistencia se han visto unidades que superan los 2000 TB escritos (más de 2 petabytes), muy por encima de los 3-5 años de garantía típicos de los fabricantes.

Donde sí puede haber una pequeña pega es en la recuperación de datos si el SSD falla. La forma en que gestionan los bloques y sobrescriben la información complica bastante la recuperación profesional; en muchos casos es más cara y con menos garantías de éxito que en un HDD magnético tradicional.

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Lectura, escritura y rendimiento: HDD vs SSD en detalle

La manera en que HDD y SSD leen y escriben datos explica por qué la sensación de velocidad es tan distinta al usarlos en el día a día, especialmente si hablamos de discos externos conectados por USB o Thunderbolt.

En un HDD, cada vez que se solicita información, el controlador envía la orden al brazo actuador para que se mueva hasta la pista adecuada, y luego el cabezal espera a que el plato gire hasta el sector correcto. Esa combinación de movimiento y espera genera una latencia inevitable que no existe en las SSD.

En un SSD, cuando pides un archivo, el controlador simplemente accede al bloque de memoria donde se encuentra y lo lee de forma electrónica, sin desplazamientos físicos. La latencia es mínima, lo que permite muchas más operaciones de entrada/salida por segundo (IOPS) y hace que el sistema vaya mucho más fluido.

En velocidad secuencial (copiar un archivo grande), un HDD típico se mueve en la franja de 80 a 160 MB/s, mientras que un SSD SATA puede rondar los 500-550 MB/s y un SSD NVMe rápido, limitado por USB o Thunderbolt, puede llegar fácilmente a entre 1000 y 3500 MB/s en lectura.

La diferencia se amplifica si usamos el almacenamiento para ejecutar software: un sistema operativo puede arrancar en unos 7 segundos desde SSD frente a 15-20 segundos en un HDD mecánico, y las aplicaciones pesadas cargan en una fracción del tiempo.

Capacidad, coste y durabilidad a largo plazo

En capacidad pura, los HDD siguen mandando: es habitual encontrar discos externos de 8, 12 o 18 TB a precios relativamente asumibles, mientras que los SSD de más de 4 TB siguen siendo mucho menos comunes y caros.

La diferencia en precio por GB hace que los HDD sean el estándar cuando se necesitan copias de seguridad masivas o bibliotecas gigantes de contenido. Si solo buscas un “armario digital” que vas a consultar de vez en cuando, la opción lógica es casi siempre un disco duro mecánico.

Respecto a la durabilidad, los HDD pueden durar muchos años, pero están expuestos a desgaste mecánico, vibraciones, calor y golpes. Una caída desafortunada mientras está encendido puede provocar daños graves y pérdida de datos, sobre todo si el disco estaba en plena escritura.

Las SSD, al no tener partes móviles, soportan mucho mejor los movimientos bruscos y el uso portátil. Sin embargo, cada celda tiene un límite de escrituras. Para evitar que algunas celdas se agoten antes de tiempo, se aplica nivelación de desgaste y se usan áreas de sobreaprovisionamiento internas.

En ambos casos, lo sensato es monitorizar periódicamente el estado de la unidad con herramientas de SMART y, sobre todo, mantener copias de seguridad adicionales si los datos son críticos. Ninguna tecnología es inmune a fallos ni a corrupción de datos.

Seguridad y recuperación de datos

Cuando hablamos de seguridad, hay que distinguir entre resistencia física y posibilidad de recuperación si algo sale mal. En estos dos puntos, HDD y SSD se comportan de forma distinta.

En términos físicos, los SSD externos son claramente más resistentes. Un golpe, una vibración o una caída moderada suelen tener menos consecuencias porque no hay piezas que puedan desalinearse o rayar un plato magnético.

Los HDD, en cambio, son vulnerables a daños mecánicos: si el brazo lector se golpea contra el plato, se puede producir un “head crash” que dañe de forma permanente parte de la superficie. Aun así, mientras no sufran accidentes y se usen en entornos razonables, su fiabilidad a largo plazo es buena.

En recuperación de datos, la balanza se inclina hacia los HDD. La tecnología magnética lleva décadas en el mercado y existen técnicas consolidadas para recuperar información incluso cuando el disco tiene sectores dañados o problemas en la electrónica.

En SSD, la gestión de bloques, el uso de TRIM y la sobrescritura interna dificultan mucho la recuperación: cuando un bloque se marca como libre y se limpia, la información antigua suele desaparecer realmente. Los laboratorios especializados pueden hacer milagros, pero los costes son más altos y las probabilidades de éxito, menores.

Cuándo interesa un SSD externo y cuándo un HDD

La respuesta a qué es mejor, si SSD externo o HDD externo, depende totalmente de para qué lo vas a usar y cómo. No hay una opción universal; hay escenarios donde un tipo de unidad se impone claramente sobre la otra.

Si tu idea es guardar copias de seguridad periódicas, colecciones de fotos, vídeos, música o documentos que no vas a estar abriendo constantemente, un HDD externo es perfecto. Ofrece mucha capacidad a poco precio y, si lo vas a tener quieto en casa, el riesgo de golpes es bajo.

En cambio, si vas a trabajar directamente desde el disco externo con archivos muy pesados (edición de vídeo, fotografía profesional, proyectos 3D, bases de datos), un SSD externo te ahorrará horas de espera. La diferencia en tiempos de copia y carga de proyectos es brutal.

Para quien quiere un disco externo que sirva como unidad de trabajo portátil, por ejemplo para llevar el mismo entorno de Windows o Linux entre casa y la oficina y arrancar el PC desde USB, un SSD externo es casi imprescindible. Las velocidades de lectura y las bajas latencias hacen viable esta idea; con un HDD mecánico el rendimiento sería desesperante.

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En consolas como PS5 o Xbox Series X, que tienen puertos USB muy rápidos y sistemas pensados para SSD, un SSD externo es la mejor forma de ampliar la capacidad manteniendo tiempos de carga bajos. Es cierto que a igualdad de dinero un HDD ofrece más gigas, pero si quieres aprovechar de verdad la nueva generación, el SSD encaja mejor.

Para un uso puramente doméstico como “almacén frío” que vas a conectar muy de vez en cuando para hacer una copia o buscar algún archivo antiguo, un HDD externo tiene todo el sentido del mundo. Si vas a enchufarlo a diario y usarlo como unidad de trabajo intensivo, el SSD es más recomendable pese a su menor capacidad.

Tipos de SSD y diferencias de rendimiento

No todos los SSD son iguales. Hay unidades SATA, NVMe, formatos de 2,5″ y M.2… y, cuando hablamos de SSD externos, la interfaz de conexión marca mucho la experiencia. Un SSD interno PCIe NVMe puede ser “la noche y el día” frente a uno conectado por USB.

Los SSD PCIe NVMe conectados directamente a la placa base pueden comunicarse casi de forma directa con la RAM del sistema y alcanzar velocidades extremas (7000 MB/s y más en los modelos de gama alta). Cuando se montan en una carcasa USB para usarlos como externos, la interfaz suele ser USB 3.1 o USB 3.2, que limita la velocidad práctica máxima.

Esto significa que, aunque un SSD interno de gama alta anuncie cifras de 7500 MB/s, al usarlo en una caja externa no vas a ver esas velocidades reales. El cuello de botella estará en el USB, que hará que el rendimiento se acerque más al de un SSD NVMe “normalito” de 3000 MB/s, o incluso al rango de 1000-2000 MB/s, según la carcasa.

Además, las unidades M.2 NVMe de alto rendimiento suelen calentarse bastante cuando trabajan a tope. En un portátil cuentan con disipadores y flujo de aire diseñados para controlarlo, pero en una caja externa compacta las temperaturas pueden dispararse y forzar bajadas de rendimiento (thermal throttling).

Usar una M.2 de gama media como SSD externo puede ser una buena idea si quieres aprovechar un disco “sobrante” y no necesitas exprimir al máximo cada megabyte por segundo. En cambio, convertir una unidad M.2 de gama altísima en externa no tiene tanto sentido: parte de lo que pagas, que es la velocidad punta, se pierde por las limitaciones del USB.

Convertir un SSD interno en unidad externa

Si tienes por casa un SSD que ya no usas en tu PC o portátil, es muy fácil reutilizarlo como disco externo con una simple carcasa.

Antes de comprar la carcasa debes asegurarte de qué tipo de SSD tienes exactamente: no es lo mismo un M.2 SATA que un M.2 NVMe, ni un formato 2242 que un 2280, por ejemplo. Cada tipo requiere una carcasa compatible y, si te equivocas, simplemente no te encajará o no funcionará.

Una vez tienes clara la compatibilidad, transformar un SSD interno en externo es una forma muy económica de ganar velocidad de transferencia frente a un HDD sin gastar demasiado. Para copias de seguridad rápidas, para llevar proyectos entre equipos o como unidad de arranque portátil, es una opción muy interesante.

Ten en cuenta, eso sí, que aunque el SSD interno sea muy rápido, la carcasa y el estándar USB que uses serán los que marquen el techo de rendimiento. Aun así, incluso con USB 3.0 o 3.1, el salto respecto a un disco duro mecánico sigue siendo enorme.

Al final, este tipo de soluciones permiten alargar la vida útil de componentes que, de otro modo, quedarían guardados en un cajón, convirtiéndolos en unidades externas muy capaces y portátiles para el día a día.

La clave está en decidir si en tu caso pesa más la capacidad barata y la función de “archivo” que ofrecen los HDD, o la velocidad, robustez y comodidad diaria que aportan los SSD externos. Para copias masivas y poco uso, el HDD gana por goleada; para trabajar rápido, mover muchos datos y llevarlos encima sin miedo a golpes, el SSD externo es el aliado perfecto.

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