- La mayoría de ciberataques aprovechan errores humanos: contraseñas débiles, phishing y malas prácticas cotidianas.
- Actualizar sistemas, usar MFA, segmentar redes y proteger dispositivos móviles reduce drásticamente la superficie de ataque.
- Copias de seguridad sólidas y un plan de respuesta ante incidentes marcan la diferencia cuando algo sale mal.
- La ciberseguridad efectiva combina tecnología, procesos claros y una cultura de formación continua en toda la organización.

La vida personal y profesional se ha mudado a la red, pero nuestra manera de protegernos no siempre ha seguido el mismo ritmo. Mientras enviamos correos, gestionamos la banca online o compartimos fotos en redes sociales, miles de nuevas amenazas digitales aparecen cada día buscando cualquier descuido.
Lejos de lo que mucha gente piensa, la mayoría de incidentes no se deben a ataques ultratecnológicos de película, sino a errores de ciberseguridad muy habituales y, en gran parte, evitables. Desde contraseñas pésimas hasta Wi‑Fi públicas peligrosas, pasando por software sin actualizar o falta de copias de seguridad, pequeños fallos cotidianos pueden acabar en un problema serio para una persona, una pyme o incluso una gran empresa.
Por qué los errores de ciberseguridad salen tan caros
Las cifras dan vértigo: cada día se detectan cientos de miles de nuevas variantes de malware y millones de combinaciones de usuario y contraseña robadas circulan por la dark web. Muchas brechas de seguridad tienen detrás a un empleado que hizo clic donde no debía, reutilizó la misma clave en todas partes o conectó un dispositivo inseguro.
En el entorno empresarial, especialmente en autónomos y pymes, se sigue pensando que “eso le pasa a las grandes corporaciones”, cuando la realidad es que casi la mitad de las pequeñas empresas han sufrido ya algún ciberataque. Y el dato más duro: una parte importante de las que padecen un incidente grave acaba cerrando en pocos meses por el impacto económico, legal y reputacional.
Además, normativas como el RGPD, la LOPDGDD o el Esquema Nacional de Seguridad obligan a proteger bien los datos. Un error sencillo -por ejemplo, dejar accesible una base de datos en la nube- puede traducirse en multas de hasta el 4% de la facturación anual, pérdida de clientes y daños de imagen muy difíciles de recuperar.
Por todo esto, la ciberseguridad ya no puede verse como un lujo ni como un tema solo “de informática”. Debe integrarse en la estrategia de negocio, entendiendo que el factor humano sigue siendo el eslabón más débil, pero también el más fácil de reforzar con formación continua, procesos claros y herramientas adecuadas.
Contraseñas débiles y reutilizadas: la puerta de entrada perfecta

Si hay un clásico en los errores de ciberseguridad es el uso de contraseñas ridículamente fáciles o repetidas en todos los servicios. Combinaciones como “123456”, “qwerty” o “password” siguen apareciendo año tras año en los rankings de claves más usadas… y más robadas.
Los atacantes aprovechan dos cosas: por un lado, el uso de claves obvias que pueden romper mediante ataques de fuerza bruta; por otro, el credential stuffing, que consiste en probar conjuntos de usuario/contraseña filtrados de un servicio en decenas de webs distintas, sabiendo que mucha gente reutiliza la misma clave para correo, redes sociales, banca online o aplicaciones corporativas.
En una empresa, que un empleado use la misma contraseña para su correo personal, el ERP y la VPN corporativa es una bomba de relojería. Basta con que una de esas plataformas sufra una brecha para que el resto de accesos queden automáticamente comprometidos. Y si esa cuenta, además, tiene privilegios elevados, el impacto puede ser devastador.
La solución pasa por asumir que la memoria humana no da para todo y apoyarse en herramientas y políticas: contraseñas largas (mínimo 12-14 caracteres), únicas por servicio y gestionadas con un buen gestor de contraseñas. Además, activar la autenticación multifactor (MFA) en todos los accesos críticos hace que, aunque alguien robe la clave, siga necesitando un segundo factor (app, SMS, llaves físicas, biometría…) para entrar.
Autenticación débil y falta de verificación en dos pasos
Relacionado con lo anterior, otro fallo habitual es no activar la verificación en dos pasos cuando la plataforma lo permite. Cuentas de correo, redes sociales, servicios en la nube o paneles de administración ofrecen desde hace años MFA, pero muchos usuarios la ignoran por pereza o por miedo a “complicar” el inicio de sesión.
La realidad es que la verificación en dos pasos detiene de raíz la inmensa mayoría de ataques automatizados y pone muy cuesta arriba el trabajo a los ciberdelincuentes incluso en campañas dirigidas. Los propios grandes proveedores reconocen que con MFA se bloquean prácticamente el 100% de los ataques de bots.
En el ámbito móvil, algo parecido ocurre con los bloqueos de pantalla: todavía hay gente que no utiliza PIN, patrón, contraseña o biometría para proteger su smartphone. Un teléfono sin bloqueo es un caramelo para cualquiera que lo encuentre o lo robe, porque da acceso directo a correo, redes, apps bancarias, documentos y códigos de verificación.
Configurar un bloqueo robusto y evitar PIN evidentes (como 0000 o 1234) es imprescindible. Y si se combina con huella o reconocimiento facial, se logra el equilibrio perfecto entre seguridad y comodidad. Algunas plataformas incluso permiten gestionar remotamente el dispositivo y borrarlo si se pierde.

Una vez el usuario pincha o abre un adjunto malicioso, puede estar dando sus credenciales en una web falsa, descargando malware o permitiendo a un atacante tomar el control de su equipo. Variantes como el spear phishing (dirigido a personas concretas usando información real sobre ellas), el smishing (por SMS) o el vishing (por voz) hacen aún más creíbles los engaños.
En redes sociales y mensajería, los ciberdelincuentes aprovechan también los enlaces acortados y los sitios “extravagantes” de descargas de música, películas o fotos. Como no se ve la URL real, es mucho más sencillo esconder una página maliciosa que instala spyware, troyanos o incluso ransomware en cuanto se visita.
La defensa aquí combina tecnología y educación: filtros antispam, análisis automático de enlaces y adjuntos, pero sobre todo formación continua a empleados y usuarios para que aprendan a detectar señales de alerta (ortografía deficiente, dominios raros, peticiones urgentes de datos, cambios de cuenta bancaria sin verificación, etc.). Las simulaciones periódicas de phishing son muy efectivas para medir el nivel de exposición y mejorar hábitos.
Software desactualizado, parches pendientes y UAC desactivado
Otro error de libro es posponer eternamente las actualizaciones de sistema operativo y aplicaciones. Esos avisos de “tienes un nuevo parche disponible” que tantos marcan como “recordar más tarde” suelen incluir correcciones de fallos de seguridad ya conocidos y, en muchos casos, explotados activamente por atacantes.
Los ciberdelincuentes consultan las mismas bases de datos de vulnerabilidades que los administradores de sistemas y desarrolladores. En cuanto un fabricante publica un boletín y un parche para un problema grave, comienzan los escaneos masivos en busca de equipos que sigan sin actualizar. Si una empresa retrasa semanas o meses la instalación de esos parches, deja una autopista abierta hacia su red.
A esto se suma la mala práctica de desactivar controles como el Control de Cuentas de Usuario (UAC) en Windows, porque molesta que aparezcan ventanas pidiendo permiso para hacer cambios. Ese mecanismo es precisamente el que avisa cuando algo intenta modificar configuraciones críticas o instalar software sin autorización. Si se apaga, el malware lo tiene mucho más fácil.
La solución razonable es contar con una política de gestión de parches clara: inventario de activos, actualizaciones automáticas siempre que sea posible, pruebas en entornos de preproducción para parches delicados y prioridad máxima a todo lo que afecte a seguridad. En empresas medianas y grandes, una plataforma centralizada para desplegar actualizaciones y monitorizar su estado resulta prácticamente imprescindible.
Los ciberdelincuentes consultan las mismas bases de datos de vulnerabilidades que los administradores de sistemas y desarrolladores. En cuanto un fabricante publica un boletín y un parche para un problema grave, comienzan los escaneos en busca de equipos que sigan sin actualizar.
Malware, descargas dudosas y dispositivos externos inseguros
El malware ya no es solo el típico virus que ralentiza el ordenador. Hoy hablamos de ransomware que cifra todos los archivos y exige un rescate, troyanos que simulan ser programas legítimos, RATs que permiten control remoto del equipo, spyware que roba credenciales y datos bancarios, e incluso malware de cryptojacking que mina criptomonedas aprovechando la potencia de tu máquina.
Uno de los vectores de entrada de malware son las descargas de software “gratis” no solicitado o procedente de fuentes de dudosa reputación. Los clásicos pop‑ups que avisan de que tu equipo está infectado e invitan a instalar un supuesto antivirus milagroso siguen siendo muy usados. En realidad, ese “antivirus” es el propio malware, que puede incluso desactivar las soluciones de seguridad reales.
Otro foco de riesgo son las unidades externas: memorias USB, discos duros portátiles o tarjetas de memoria desconocidas que alguien encuentra en la oficina o en un evento y conecta a su equipo por curiosidad. Una sola unidad “olvidada” en el sitio adecuado puede infectar una red entera si contiene malware con capacidad de propagación.
En entornos corporativos, la política debería ser clara: si no es un dispositivo corporativo o explícitamente autorizado, no se conecta. Además, todo soporte externo debe analizarse con un antivirus actualizado antes de acceder a su contenido, y conviene restringir el uso de USB en máquinas críticas.
Wi‑Fi públicas, redes mal configuradas y espionaje digital
Con el auge del teletrabajo y los viajes, muchas personas se conectan a Internet desde cafeterías, aeropuertos u hoteles usando redes abiertas. El problema es que las Wi‑Fi públicas suelen ser inseguras: el tráfico puede espiarse o manipularse fácilmente si no se usa cifrado adicional.
Para colmo, los propios atacantes crean puntos de acceso trampa con nombres muy tentadores (“Wi‑Fi gratis”, “Cafetería_Cliente”, etc.). Cuando un usuario se conecta, todo su tráfico pasa por el equipo del ciberdelincuente, que puede robar credenciales, inyectar código malicioso o redirigir a webs falsas sin que la víctima se entere.
En empresas, también es habitual encontrar redes internas mal segmentadas, routers con la contraseña por defecto, puertos innecesarios abiertos y firewalls pobremente configurados. Cualquier error de este tipo facilita el movimiento lateral dentro de la red una vez que el atacante consigue un primer punto de entrada.
Las buenas prácticas incluyen desactivar el uso de Wi‑Fi públicas para tareas sensibles o, si no hay más remedio, conectarse siempre a través de una VPN confiable que cifre todo el tráfico. A nivel corporativo, resulta clave usar protocolos modernos (como WPA3 con autenticación 802.1X), separar completamente la red de invitados de la red interna, monitorizar puntos de acceso no autorizados y revisar periódicamente la configuración de todos los dispositivos de red.
Uso inseguro de la nube y mala gestión de accesos
La nube ha simplificado muchísimo el intercambio de archivos y el trabajo colaborativo, pero ha introducido nuevos errores frecuentes: almacenar datos sensibles en servicios cloud sin cifrado adecuado, compartir enlaces públicos sin control o no revisar quién tiene permiso de lectura o escritura son fallos muy habituales.
Muchas filtraciones se producen porque alguien dejó un bucket, una carpeta o una base de datos en la nube expuesta, sin contraseña o con credenciales por defecto. En otros casos, un empleado que ya no forma parte de la empresa sigue teniendo acceso a repositorios o paneles administrativos por falta de procesos de baja de usuarios.
En paralelo, la gestión de permisos internos suele ser la gran olvidada. Usuarios con privilegios administrativos sin necesitarlos, cuentas de servicio con acceso total, roles que se acumulan con el tiempo… todo esto rompe el principio de privilegio mínimo, según el cual cada persona solo debería acceder a lo que necesita para su trabajo.
Un enfoque moderno pasa por implantar soluciones de gestión de identidades y accesos (IAM) y modelos Zero Trust, donde ningún acceso se da por sentado y todo se verifica de forma continua (quién es el usuario, desde qué dispositivo y ubicación, a qué quiere acceder, etc.). Además, se deben hacer revisiones periódicas de permisos, automatizar los procesos de alta y baja de personal y auditar los accesos a recursos críticos.
Dispositivos móviles desprotegidos y BYOD sin control
Los smartphones y tablets se han convertido en herramientas de trabajo esenciales, pero muchas empresas siguen sin tener una política clara sobre el uso de dispositivos personales (BYOD) para acceder a recursos corporativos. Un móvil con apps no verificadas, sin cifrado, sin bloqueo o conectado constantemente a redes inseguras es una puerta de entrada fabulosa para los atacantes.
El malware móvil puede robar credenciales, espiar comunicaciones, interceptar SMS de verificación o incluso abrir túneles hacia la red interna de la compañía. Y como en esos dispositivos se mezclan datos personales y corporativos, cualquier incidente se complica legal y operativamente.
Para minimizar riesgos, conviene definir una política BYOD que establezca requisitos mínimos: cifrado obligatorio, antivirus o protección nativa activada, bloqueo de pantalla, versiones de sistema al día y prohibición de apps de origen dudoso. Complementar esto con una solución de gestión de dispositivos móviles (MDM) permite aplicar políticas de forma centralizada, separar contenedores de datos personales y de empresa, y borrar remotamente la información corporativa si el dispositivo se pierde o es robado.
Cámaras web expuestas y falta de privacidad física
Un aspecto menos comentado, pero muy delicado, es la exposición de cámaras web y micrófonos. Algunos tipos de malware incluyen funciones de acceso remoto que permiten al atacante encender la cámara sin que el usuario lo note, grabar vídeo o audio y espiar conversaciones, documentos o hábitos.
En muchos portátiles, el único indicio es una pequeña luz que se enciende, pero hay ataques que consiguen manipular incluso estos indicadores. Colocar una pegatina sobre la cámara ayuda con la parte visual, pero se debe conocer bien cómo desactivar los dispositivos de entrada o gestionarlos desde el sistema operativo.
En entornos sensibles (despachos de dirección, salas donde se maneja información confidencial, áreas de I+D), es recomendable restringir el uso de cámaras y micrófonos o usar equipos sin estos elementos integrados, recurriendo solo a dispositivos externos que se conectan cuando realmente hacen falta. Configurar políticas corporativas claras sobre este punto reduce tanto el riesgo técnico como el miedo de los empleados a ser vigilados sin saberlo.
Copias de seguridad deficientes y ausencia de plan de respuesta
Uno de los errores más dolorosos es comprobar, cuando ya se ha sufrido un incidente, que las copias de seguridad no existen, están incompletas o no se pueden restaurar. El ransomware, por ejemplo, juega precisamente con esto: cifra todos los archivos y, si no hay un backup fiable, la empresa se ve tentada a pagar el rescate sin garantía real de recuperación.
Para evitarlo, resulta fundamental aplicar la regla 3‑2‑1: mantener al menos tres copias de los datos, en dos soportes diferentes y una de ellas fuera de la ubicación principal (por ejemplo, en la nube o en otro centro de datos). Las copias deben hacerse de forma automática y frecuente, cifrarse para proteger la confidencialidad y probarse regularmente mediante simulacros de restauración.
Igual de importante es contar con un plan de respuesta ante incidentes bien definido. Cuando se detecta una brecha, el tiempo es oro: hay que saber quién evalúa el alcance, quién decide las acciones técnicas (aislar equipos, cortar accesos, activar backups), quién se encarga de la comunicación con clientes, medios y autoridades, y cómo se documenta todo para cumplir obligaciones legales y aprender de lo ocurrido.
Las organizaciones más maduras realizan simulacros periódicos de distintos escenarios (ransomware, fuga de datos, caída de servicios críticos…) para poner a prueba el plan, ajustar procedimientos y que, llegado el momento, nadie tenga que improvisar bajo presión.
Formación insuficiente, cultura débil y mitos sobre la ciberseguridad
En la mayoría de incidentes, el origen está en una acción humana: un clic, una descarga, una mala configuración, una decisión apresurada. Pese a ello, en muchas compañías la formación en ciberseguridad se reduce a una charla inicial o a un documento que casi nadie lee. El resultado es que los empleados no saben cómo actuar ni se sienten parte de la defensa.
Además, abundan los mitos peligrosos: creer que se puede llegar al “100% de seguridad”, pensar que “si compro las mejores herramientas ya estoy protegido” o delegar todo el tema en el departamento de TI como si el resto de la organización no tuviera responsabilidad alguna.
Una estrategia eficaz parte de asumir que la seguridad absoluta no existe y que la ciberseguridad es más una actitud y un proceso continuo que un producto. Hace falta combinar prevención (reducir vulnerabilidades), detección (identificar rápidamente comportamientos anómalos) y reacción (responder con eficacia a los incidentes), aprendiendo de cada caso para mejorar políticas y controles.
Los errores de ciberseguridad más comunes -contraseñas flojas, falta de MFA, phishing, software sin actualizar, redes inseguras, nubes mal configuradas, móviles desprotegidos, copias de seguridad descuidadas y nula preparación para incidentes- tienen algo en común: pueden corregirse con decisiones relativamente sencillas si se asume que la seguridad es parte del día a día de la organización. Apostar por políticas claras, tecnología bien implantada y, sobre todo, por personas informadas y comprometidas es la forma más sensata de reducir riesgos y navegar con tranquilidad en un entorno digital cada vez más hostil.
Tabla de Contenidos
- Por qué los errores de ciberseguridad salen tan caros
- Contraseñas débiles y reutilizadas: la puerta de entrada perfecta
- Autenticación débil y falta de verificación en dos pasos
- Phishing, enlaces sospechosos e ingeniería social
- Software desactualizado, parches pendientes y UAC desactivado
- Malware, descargas dudosas y dispositivos externos inseguros
- Wi‑Fi públicas, redes mal configuradas y espionaje digital
- Uso inseguro de la nube y mala gestión de accesos
- Dispositivos móviles desprotegidos y BYOD sin control
- Cámaras web expuestas y falta de privacidad física
- Copias de seguridad deficientes y ausencia de plan de respuesta
- Formación insuficiente, cultura débil y mitos sobre la ciberseguridad