- Un ordenador puede ir muy lento sin que haya un virus visible: procesos en segundo plano, falta de espacio, RAM justa o disco duro en mal estado son causas habituales.
- El Administrador de tareas, la limpieza de inicio, las actualizaciones y los análisis antimalware son claves para detectar y corregir la mayoría de problemas de rendimiento.
- La temperatura, el polvo acumulado y el hardware envejecido (HDD, poca RAM, CPU antigua) pueden estrangular el rendimiento y a menudo se solucionan con mantenimiento y actualizaciones puntuales.
- Cuando optimizar software ya no basta, cambiar a SSD y ampliar la memoria RAM suele ser la forma más efectiva y económica de devolver agilidad a un PC lento.
Tener un ordenador que va a pedales cuando necesitas entregar un trabajo, jugar o simplemente ver una serie puede sacarte de quicio. A veces asumimos que si el antivirus no detecta nada raro, entonces el problema no puede ser un virus y nos quedamos sin saber qué está pasando con el PC.
La realidad es que un ordenador puede ir muy lento sin que haya una infección clara: puede ser culpa de programas pesados, demasiadas apps al inicio, falta de espacio en disco, hardware viejo o medio roto, sobrecalentamiento, controladores corruptos, e incluso malware que pasa por debajo del radar de algunos antivirus. En esta guía vamos a desgranar todas esas causas, cómo identificarlas y qué puedes hacer, paso a paso, para recuperar velocidad.
¿De verdad está lento o es una falsa alarma?
Antes de volverte loco tocando configuraciones, conviene comprobar si lo que notas es realmente lentitud del equipo o un problema más concreto, como una conexión a Internet mala o un solo programa que se ha quedado colgado.
Empieza por algo tan simple como reiniciar el ordenador. Si llevas días o semanas sin apagarlo, se van acumulando procesos en memoria, fugas de RAM y pequeños errores que se limpian con un buen reinicio. El clásico «¿has probado a apagarlo y encenderlo?» sigue funcionando, y mucho.
Fíjate también en si usas un modo de ahorro de energía estricto, sobre todo en portátiles. Cuando el equipo está en batería, Windows puede bajar la frecuencia del procesador para ahorrar, y la sensación es de un PC perezoso. Conéctalo al cargador o entra en las opciones de energía y selecciona un plan de alto rendimiento para descartar este cuello de botella tan tonto.
La edad del equipo es otro factor clave. Un ordenador de hace muchos años, con 4 GB de RAM y un disco duro mecánico, simplemente se queda corto para las versiones modernas de Windows, los navegadores llenos de pestañas y los programas actuales. Aunque no haya fallos, el hardware puede estar al límite de lo que se le pide.
Por último, diferencia si la lentitud solo ocurre al navegar o usar aplicaciones en la nube. Si los programas “normales” (reproductor de música, fotos, Office) van fluidos, pero las webs tardan la vida en cargar, igual el problema es tu conexión, el router o el propio navegador, no el PC en sí.
Programas en segundo plano y arranque cargado
Una de las causas más habituales de que el ordenador vaya lento son los programas que se quedan ejecutándose en segundo plano sin que te des cuenta: aplicaciones de inicio, herramientas de sincronización, actualizadores automáticos, barras de herramientas, lanzadores de juegos, etc.
Para ver qué está pasando en tu sistema en tiempo real, pulsa la combinación de teclas Ctrl + Shift + Esc o Ctrl + Alt + Supr y abre el Administrador de tareas. En la pestaña Procesos podrás ordenar por CPU, Memoria y Disco para detectar qué programa se está comiendo los recursos.
Si encuentras aplicaciones que consumen mucha CPU o RAM y no las necesitas, puedes cerrarlas desde su ventana normal o con clic derecho > Finalizar tarea en el propio Administrador de tareas. En el caso de programas pesados que casi no usas, plantéate desinstalarlos desde la configuración de Windows, en el apartado Aplicaciones.
El siguiente paso es limpiar el inicio de Windows. En el Administrador de tareas, pestaña Inicio, verás todo lo que se lanza automáticamente al encender el PC; también puedes usar PC Manager para optimizar el arranque y deshabilitar lo que no sea imprescindible: clientes de mensajería que no usas siempre, lanzadores de juegos, sincronizadores en la nube que podrías abrir a mano, etc. Cuanto menos cargue al arranque, más rápido estará listo tu escritorio.
Ojo con desactivar cosas del sistema o del antivirus. Si no sabes qué es un elemento, busca el nombre en Internet antes de tocarlo. La idea es quitar basura, no romper nada importante.
Disco duro lleno, fragmentado o en mal estado
El almacenamiento es otro gran sospechoso cuando un ordenador va lento, sobre todo si usas un disco duro mecánico (HDD) en lugar de una unidad de estado sólido (SSD). Hay varios problemas típicos aquí: falta de espacio, fragmentación y fallos físicos.
Si la unidad donde está instalado Windows está casi llena, el sistema no tiene sitio para crear archivos temporales ni para usar el archivo de paginación (la RAM virtual). Eso provoca que todo vaya a tirones. Como referencia, intenta mantener al menos un 15-20 % de la unidad libre.
Para comprobarlo, abre “Este equipo” y mira el espacio libre de la unidad C: (o la que use tu sistema). Si está en rojo o muy cerca del límite, toca hacer limpieza: desinstalar programas que no uses, mover fotos y vídeos grandes a otra unidad o a un disco externo, vaciar la Papelera de reciclaje y borrar descargas antiguas.
Además del espacio, en los HDD entra en juego la fragmentación. Con el tiempo, los archivos se van troceando y mezclando por distintas zonas del disco. El resultado: al leerlos, el cabezal del disco tiene que ir saltando de un sitio a otro, lo que ralentiza mucho el acceso.
Windows incluye su propia herramienta de desfragmentación para discos mecánicos. Basta con escribir «desfragmentar y optimizar unidades» en el buscador, seleccionar el HDD y pulsar en Optimizar. En SSD modernos no hace falta desfragmentar en el sentido clásico; el sistema se encarga de optimizarlos de otra forma.
Si empiezas a notar errores de lectura, mensajes raros tipo “dll faltante”, ruidos extraños del disco o cuelgues al acceder a ciertos archivos, puede que el HDD esté empezando a fallar físicamente. En ese caso, conviene usar herramientas como chkdsk o utilidades de diagnóstico del fabricante para verificar sectores defectuosos; puedes apoyarte en guías sobre comandos de Windows Terminal para ejecutar estas comprobaciones.
Cuando un disco duro mecánico da síntomas claros de muerte, lo mejor es no jugársela: copia tus datos importantes cuanto antes y plantéate cambiar a un SSD o formatear un ordenador si vas a reorganizar el sistema. Ganarás en velocidad y fiabilidad de golpe.
Poca memoria RAM y cuellos de botella de CPU

La RAM es la “mesa de trabajo” del ordenador. Si se queda pequeña, el sistema se ve obligado a usar el archivo de intercambio en el disco (mucho más lento) y todo se vuelve pesado: cambiar de ventana, abrir programas, incluso mover el ratón cuando el PC está al límite.
Hoy en día, 8 GB de RAM se consideran el mínimo razonable para uso general (navegar, ofimática, algo de multitarea), y 16 GB o más son recomendables si editas vídeo, manejas muchas pestañas o juegas a títulos exigentes. Con 4 GB, Windows 10/11 y los navegadores modernos van muy justos.
En el Administrador de tareas, pestaña “Rendimiento” > Memoria, puedes ver cuánta RAM tienes y qué porcentaje se está usando. Si con solo abrir el navegador ya te plantas en valores altísimos, está claro que el equipo va corto de memoria.
La CPU también puede estrangular el rendimiento. Un procesador antiguo o de gama baja se ahoga si le exiges codificar vídeo, renderizar 3D o mover juegos nuevos. Verás la CPU constantemente al 90-100 % en el Administrador de tareas cuando realizas tareas que en teoría no deberían costarle tanto a un equipo moderno.
Cuando detectes cuello de botella de CPU o RAM, tienes dos opciones: aligerar las tareas (cerrar programas, bajar ajustes gráficos en juegos, no tener decenas de pestañas abiertas) o actualizar hardware. A la larga, añadir más RAM y montar un procesador más capaz (si la placa lo permite) es la solución de verdad.
Malware, adware y otro “bicho” que no siempre ve el antivirus
Que tu antivirus no haya saltado no significa que el sistema esté limpio. Algunos tipos de malware son muy discretos: roban datos en segundo plano, muestran anuncios, minan criptomonedas o espían pulsaciones de teclado sin provocar síntomas escandalosos más allá de una lentitud general y comportamientos raros.
Hay amenazas muy distintas que pueden afectar al rendimiento: virus “clásicos”, gusanos, troyanos bancarios, spyware, keyloggers, adware cargado de ventanas emergentes, barras de herramientas, extensiones maliciosas del navegador o criptomineros que exprimen tu CPU o GPU.
Señales de alarma típicas de infección son: procesos desconocidos consumiendo muchos recursos, programas que se abren solos, cambios en la página de inicio del navegador, redirecciones constantes a webs sospechosas, picos de actividad del disco sin motivo, o ventiladores disparados cuando el PC está aparentemente en reposo.
Para investigar, vuelve al Administrador de tareas y observa qué procesos usan CPU, memoria o red de forma inusual. Si ves nombres raros que no reconoces, es buena idea escanear con varias herramientas de seguridad, no solo con un único antivirus; además, revisa la configuración de Windows Defender para maximizar su protección.
Además del antivirus residente, es muy recomendable pasar un antimalware especializado como complemento, que detecte adware, spyware y otro software potencialmente no deseado. Estas herramientas suelen profundizar en tipos de amenaza que los antivirus generalistas a veces dejan pasar; consulta también cómo detectar intrusos en mi ordenador si sospechas accesos no autorizados.
Cuando se detecte malware, sigue las instrucciones de limpieza y, si es necesario, realiza el escaneo en modo seguro para que el bicho no pueda ejecutarse mientras intentas eliminarlo. Después, revisa manualmente extensiones del navegador, programas instalados y elementos de inicio para asegurarte de que no queda rastro.
Actualizaciones pendientes, controladores y efectos visuales
Un Windows desactualizado puede ser menos seguro y también menos eficiente. Las actualizaciones no solo corrigen agujeros de seguridad, también mejoran el rendimiento, arreglan fugas de memoria y pulen errores que pueden hacer que el sistema vaya más inestable.
Para comprobarlo, escribe “Buscar actualizaciones” en el menú Inicio y abre Windows Update. Instala todas las actualizaciones importantes y reinicia cuando el sistema lo pida. Si tienes dudas sobre su autenticidad, consulta cómo saber si una actualización de Windows es real.
Los controladores (drivers) también juegan un papel fundamental. Un driver de tarjeta gráfica o de red corrupto puede provocar cuelgues, pérdida de rendimiento en juegos o incluso bloqueos con la temida Pantalla Azul de la Muerte (BSOD).
Desde el Administrador de dispositivos puedes revisar si hay signos de exclamación amarillos en algún componente. Si los hay, haz clic derecho > Actualizar controlador o descarga la versión correcta desde la web del fabricante (sobre todo en gráficas, donde las versiones nuevas suelen optimizar bastante).
Si tu PC va muy justo de recursos y no te importa sacrificar apariencia, puedes reducir o desactivar los efectos visuales de Windows. Pulsa Win + R, escribe sysdm.cpl, ve a la pestaña Opciones avanzadas > Rendimiento y elige Ajustar para obtener el mejor rendimiento. Para pasos adicionales, mira cómo optimizar Windows 11 y eliminar bloatware; el sistema se verá más “soso”, pero ganará algo de agilidad, especialmente en equipos viejos.
Temperatura, polvo y otros problemas físicos
El calor es un enemigo silencioso del rendimiento. Cuando la CPU o la GPU se calientan demasiado, reducen automáticamente su frecuencia (estrangulamiento térmico) para no quemarse. Eso se traduce en tirones, bajadas de FPS y sensación de que el PC se arrastra en cuanto lo fuerzas un poco.
Con el tiempo, el interior del ordenador se llena de polvo, pelusas y pelos de mascota que se acumulan en ventiladores, disipadores y rejillas. Eso dificulta el flujo de aire y hace que todo se caliente más. En torres de sobremesa es muy habitual abrir la caja y encontrarse un auténtico nido de pelusa alrededor del ventilador de la CPU o de la gráfica.
La pasta térmica entre el procesador y el disipador también se degrada con los años y pierde capacidad para transferir el calor. Si nunca se ha cambiado en un equipo ya veterano, es otro punto que puede estar restando rendimiento y estabilidad.
Para mitigar estos problemas es fundamental hacer un mantenimiento físico periódico. Lo ideal es apagar y desconectar el PC, abrir la torre con cuidado y usar aire comprimido para limpiar ventiladores y disipadores. En portátiles, esta operación es más delicada y muchas veces conviene dejarla en manos de un profesional para no romper pestañas ni cables planos.
El cambio de pasta térmica también debería hacerlo alguien con experiencia, ya que implica desmontar el disipador de la CPU y manipular componentes muy sensibles. Una vez realizada una buena limpieza interna y renovada la pasta térmica, muchos equipos recuperan temperaturas más bajas y, con ello, frecuencias de trabajo más altas y estables.
En muchos casos lo que va lento es solo la conexión a Internet o el propio navegador, no el ordenador en general. Con tantas aplicaciones basadas en la nube, este matiz es importante para no culpar al equipo injustamente.
Si las webs tardan años en cargar, los vídeos se quedan en buffer y las descargas vuelan bajo, pero abrir programas locales es rápido, seguramente tengas un problema de red: conexión saturada, router viejo, WiFi débil o alguien chupando ancho de banda en tu red.
Prueba a actualizar el navegador a la última versión, desactiva extensiones que no uses y borra caché y cookies. Hay complementos de seguridad que bloquean anuncios, scripts y malware en el navegador y pueden hacer que la navegación vaya más fluida, además de más segura.
También es buena idea reiniciar el router de vez en cuando (apagado unos segundos y encendido de nuevo), cambiar la contraseña del WiFi si sospechas que hay “gorroneo” y, si puedes, acercar el equipo al router o conectar por cable Ethernet para descartar problemas de cobertura; si temes intrusos, aprende a saber si hackers usan tu internet.
Para medir objetivamente tu velocidad y latencia, visita páginas como speedtest.net y compara el resultado con lo que tienes contratado. Si los valores están muy por debajo, habla con tu proveedor de Internet o revisa la instalación interna de tu casa.
Cuándo merece la pena actualizar hardware
Llega un punto en el que por mucha limpieza de software que hagas, el cuello de botella es puramente de hardware. Si usas un HDD antiguo, 4-8 GB de RAM y un procesador de hace más de una década, es normal que el equipo se quede corto para las exigencias actuales.
Cambiar el disco duro mecánico por un SSD es, probablemente, la mejora que más se nota en un PC lento: arranques en pocos segundos, programas que se abren al instante y menos tirones al trabajar con archivos grandes. Es una inversión relativamente económica y alarga mucho la vida útil del equipo.
Ampliar la RAM también marca diferencia si actualmente vas justo. Pasar de 4 a 8 GB, o de 8 a 16 GB en un equipo que usas para trabajar con muchas pestañas y aplicaciones, evita que Windows tenga que abusar tanto del archivo de paginación en disco.
En el terreno del procesador y la tarjeta gráfica, la cosa depende más de la placa base y del presupuesto. A veces es posible montar una CPU mejor en la misma placa; otras, el salto lógico es cambiar de plataforma o directamente plantearse un equipo nuevo si el conjunto ya se ha quedado muy atrasado.
Sea cual sea el caso, antes de gastar dinero conviene revisar qué partes son ampliables en tu PC concreto, qué límites marca el fabricante y qué uso real le das al equipo. No tiene sentido invertir en una gráfica carísima si solo navegas y usas ofimática, pero sí en un SSD y algo más de RAM que mejoren tu día a día.
Si has llegado hasta aquí es porque tu ordenador va lento y quieres soluciones claras. Como ves, las causas pueden ir desde simples programas en segundo plano, falta de espacio y efectos visuales, hasta problemas más serios de hardware, sobrecalentamiento o malware silencioso. Empezar por lo fácil (reinicio, limpieza de inicio, revisión de disco, análisis antivirus y antimalware, actualizaciones) suele recuperar una buena parte del rendimiento perdido. Y, si aun así se queda corto, dar el salto a un SSD, ampliar RAM o hacer un mantenimiento físico en condiciones puede transformar por completo la sensación de velocidad de tu PC sin necesidad de comprar uno nuevo de inmediato.
Tabla de Contenidos
- ¿De verdad está lento o es una falsa alarma?
- Programas en segundo plano y arranque cargado
- Disco duro lleno, fragmentado o en mal estado
- Poca memoria RAM y cuellos de botella de CPU
- Malware, adware y otro “bicho” que no siempre ve el antivirus
- Actualizaciones pendientes, controladores y efectos visuales
- Temperatura, polvo y otros problemas físicos
- Internet y navegador: cuando lo lento no es el PC
- Cuándo merece la pena actualizar hardware

